Pirineos, paisajes que enamoran

2022-07-31 02:05:25 By : Ms. Selina Bie

Miles de pisadas han escrito los caminos que conducen hasta bosques secretos, desiertos de altura, paisajes serenos… Maravillas que enamoran.

"Calzo una bota y el corazón da un salto. La mente ya se ha puesto en marcha y discurre sola, alocada; mientras ato los cordones, ella recorre ya cimas, senderos, bosques y collados. Me pongo la otra bota y los latidos de mi corazón resuenan en mis oídos, en todo mi ser. No tengo dudas de que me habrá subido la tensión, tengo el pulso acelerado y las pupilas dilatadas. Cuántas sensaciones buenas, cuánto deseo a punto de materializarse. Vamos en busca de lugares idílicos".

Palabras como estas solo pueden venir de un enamorado. De alguien que mantiene con la montaña un coloquio vital, un idilio. Eduardo Viñuales, naturalista, escritor y fotógrafo, lleva más de veinticinco años recorriendo las montañas de los Pirineos, observando y aprendiendo a cada paso. Es, al mismo tiempo, "un naturalista de gabinete y de campo, porque la naturaleza se puede estudiar desde la lejanía racional o amándola, sintiéndose dentro de ella, feliz de estar ahí". Así lo definió Severino Pallaruelo en la presentación de su último libro, ‘Rutas a parajes idílicos III. Pirineo central’ (Sua Edizioak), donde Viñuales elige –qué difícil elegir a quién se quiere más– 25 rutas para recorrer a pie unos paisajes que, en sus caminos, ibones, profundidades, maravillas naturales y alturas, combinan belleza y sosiego.

El resultado "no es una simple guía como la que llevamos en la pantallita del coche, que nos indica: en la siguiente rotonda, segunda salida –comparó Pallaruelo–. No es una mera guía para circular por el Pirineo haciéndonos indicaciones y siguiendo objetivos. Este libro nos conduce por los caminos del Pirineo pero estableciendo una comunicación con lo que vamos a ver".

Y es que, como explicó el autor, para hacer estos libros "hay que hacerse las rutas, tomar notas, hacer fotografías y tomárselo con rigor, pero también hace falta la pasión y el amor por el entorno, por el medio natural y por la montaña". Luego, "una vez al año, los derechos de autor te pagan la gasolina, bueno, ahora ya ni eso".

Lo que realmente le mueve son otros motores. "Empecé a escribir por el compromiso de divulgar, de que la gente lo conociera, porque lo que se conoce se ama y lo que se ama se protege". De ahí que, en torno a las rutas por esos parajes idílicos se dé la oportunidad de escribir sobre "la necesidad de seguir conservando estos espacios, especies animales y vegetales y paisajes que han llegado a nuestros días –asegura–. Unos paisajes que tienen una función sistémica. Más allá del ocio y de su estética, somos parte de la naturaleza y vivimos gracias al aire, al agua y a tantas otras cosas que estos paisajes ofrecen".

Miles de kilómetros recorridos a pie están detrás de una selección como esta. En un Pirineo central, la zona más agreste, salvaje y elevada de la cordillera, que podría parecer trillado porque muchos otros caminantes descubrieron ya mil y un parajes, Viñuales se ha dejado guiar por el sentimiento. En busca de esos rincones especiales, donde tener la oportunidad de recuperar la conexión con la naturaleza.

Ante un océano de montañas o un armonioso valle o en el interior de un bosque en otoño, uno puede sufrir un síndrome de Stendhal, "cuando un paisaje extraordinario te atrapa, cuando sientes una emoción intensa y serena, cuando tu cuerpo reacciona con el corazón acelerado en su palpitar, el estómago encogido, las manos sudorosas o las lágrimas en los ojos", escribe Viñuales, describiendo el sentimiento de la montaña, la emoción pirenaica.

Además de haber subido en persona a las cimas, peñas y tozales, de haber conocido el sol, la lluvia, la nieve, el viento y las luces cambiantes sobre el paisaje, Viñuales relee para nosotros a los primeros pirineístas. "Cómo explicar el encanto inexplicable de esta vida casi salvaje y tan libre, en medio de los bosques, de las rocas, de las nieves… Qué decir del esplendor de las noches de julio y agosto pasadas entre cielo y tierra en las cumbres de las montañas. Por más que uno dé la vuelta al mundo, no se podría contemplar nada más sublime que los últimos minutos de un bello atardecer en las cumbres heladas de los Pirineos, mientras el silencio y la desolación de la noche suben desde las llanuras oscuras y las cumbres, rodeadas de azul marino y de vapores dorados, brillando como la brasa", escribía Henry Russell.

En esta excursión al pasado del pirineísmo, encontramos no solo el asombro maravillado, sino también un sentimiento de protección de la naturaleza que conecta con el presente. Viñuales aboga por la creación de un parque internacional en los Pirineos, un gran espacio protegido, único, como lo es para las manadas de sarrios o los quebrantahuesos. La idea no es nueva, pues ya la mencionó Alberto I de Mónaco en 1913.

Viñuales asegura que ser naturalista en Aragón es una suerte. Una suerte "porque uno puede disfrutar de un viaje por los paisajes, la vida salvaje y las rocas de buena parte de Europa. Desde las cumbres y los glaciares del Alto Pirineo donde viven plantas boreoalpinas o la perdiz nival –propia del Ártico–, a las estepas del valle del Ebro donde hay aves norteafricanas como la alondra ricotí o plantas de los desiertos de Asia. Todo ha llegado hasta nuestros días en cierto buen estado de conservación y ¡hay tantas maravillas que ver y conocer que la suerte parece inagotable si sabemos conservarlo todo!".

Para disfrutar de esa naturaleza, anima a llegar hasta estos ecosistemas frágiles de una manera respetuosa y, a la vez, gozosa, pues solo caminando se da con el ritmo que evita perderse los detalles: los colores de una mariposa, una puesta de sol, el baile de las nubes. A su paso, el caminante puede "leer el paisaje y tratar de comprender la vida que le rodea".

Los caminos de alta montaña en el Alto Gállego guardan extraordinarias sorpresas. Entre los refugios de Respomuso y Panticosa, el sendero GR-11 sube a dos collados situados a más de 2.700 metros para cruzar de un lado a otro. Allí, en un desierto de nieve, heleros y piedras oxidadas, se hunde el ibón de Tebarray. "Ocupa el fondo de un embudo donde parece como si la tierra quisiera tragarnos", escribe Viñuales. Tras adentramos por los bosques del valle del río Aguas Limpias, entramos en las praderas de Campo Plano y del circo de Piedrafita. Remontaremos los secretos parajes del vallecito de Liena Cantal hasta situarnos de manera privilegiada bajo los Picos del Infierno, sobre el lago de Tebarray, "allá donde el corazón palpita más de alegría que por el notable esfuerzo que nos habrá supuesto llegar hasta esta cota tan elevada". El collado y el ibón de Tebarray se localizan a medio camino entre los grandes macizos pirenaicos de Balaitús y Picos del Infierno. ‘Cervino de los Pirineos’ fue largo tiempo el apodo del Balaitús, Balaitöus o pico Marmuré, una cumbre de 3.144 m defendida por recios muros, crestas y aristas con agujas rocosas. La cordillera se exhibe con ímpetu al este del pesado macizo de Balaitús y en el resto del alto valle de Tena.

Las grandes cimas eclipsan otros lugares idílicos de montaña. Esta ruta propone descubrir los viejos encantos de la parte alta del valle lateral de Ardonés y de los montes de la llamada sierra Negra, cerca del pico de Castanesa. Tan poco conocida es que, en el mundillo naturalista, a esta sierra marginal se le llama la montaña desapercibida, escondida entre un laberinto de macizos de alta montaña con más de 3.000 metros. La sierra Negra, que va desde el bosque de pino negro de Belarta, sobre el puente de San Chaime, en el valle de Benasque, hasta la Tuca de Vallibierna, se nos aparece como un escenario pirenaico diferente al resto, tan insólito que parece no casar con el resto del Pirineo central. Los suelos de negras pizarras nos harán creer que estamos en una zona volcánica de Islandia o la isla de la Palma. En cualquiera de las tres cumbres ascendidas en esta excursión disfrutaremos de extraordinarias vistas panorámicas, desde las cumbres de la sierra Negra de Ardonés, pero especialmente hacia el norte, a todo el macizo del Aneto y las Maladetas, donde se reúne la más notable concentración de tresmiles del Pirineo. El pico Estivafreda, cumbre del valle de Ardonés, con las altas cimas del macizo de la Maladeta enfrente, es, "posiblemente, el mejor balcón del Pirineo", dice Viñuales. Y es que, a veces, para disfrutar de las montañas, hay que separarse de ellas.

Habrá que esperar al fin del verano para verlos. Son los hermosos lagos de Literola, de aguas opalinas. Unos de esos inesperados nuevos ibones que, casi como un premio de consolación, nos quedan cuando los glaciares desaparecen por el cambio climático. Hace treinta o cuarenta años, en el macizo de Perdiguero, en las cotas más altas del valle de Benasque, había una masa glaciar de diez hectáreas. La desaparición del glaciar de Literola o Lliterola ha dejado un pequeño legado de cuatro ibones. Son lagos de origen glaciar cuyas aguas, en este caso, exhiben un color blanquecino característico, que ha dado lugar a nombres como Gourgs Blancs o ibón Blanco. El primero de ellos apareció hacia los años cuarenta del siglo XX. ¿Por qué son turbios, más blancos que azules? El color lechoso de estos lagos glaciares, a veces beige, se debe "a una deglaciación reciente y a la presencia de sedimentos –polvo de granito o arcillas– que han sido arrastrados por la acción erosiva del hielo, que todavía transporta el agua de fusión años después", explica Viñuales en su libro. Es como si esta agua de glaciar llevara como ingrediente ‘harina’ de glaciar, "es decir, pequeñas partículas suspendidas tras el pulido que ha generado el arrastre de las masas de hielo sobre el suelo pulverizado". En unas décadas, dejarán de ser lechosos, como ya le ha ocurrido al mayor.

Existen paisajes tan ajenos al ser humano "que allí no pintamos prácticamente nada", reconoce Viñuales. Afortunadamente, solo podemos estar de paso en lugares como las inmediaciones del glaciar de la Maladeta. Parajes de vientos gélidos donde contemplar las últimas masas de hielos cristalinos, entre silenciosas morrenas y bravas aristas de granito. Contemplarlas y despedirnos, pues son hielos con los años contados: "En 2050, los glaciares del Pirineo, los más meridionales de Europa, serán historia". Contemplarlos es ahora o nunca. Es un mundo adverso, indómito, difícil y salvaje, que, sin embargo, languidece por efecto del cambio climático, pero, por todo ello, en el libro ‘Rutas a parajes idílicos III. Pirineo central’ está catalogado como una auténtica maravilla de los Pirineos. El macizo de la Maladeta, con el pico Aneto, alberga el conjunto glaciar más extenso de los Pirineos, con cinco heleros –manchas de nieve permanentes que no tienen ya dinámica glaciar– y cinco glaciares –con grietas y, por tanto, con movimiento– que son: Aneto, Barrancs, Tempestades y los dos cuerpos de la Maladeta, divididos desde el año 2000 en el glaciar Occidental y el Oriental. La escueta vida salvaje de la alta montaña nos puede regalar el hallazgo de unas huellas de perdiz nival en el hielo.

Desde tiempos remotos, el llamado camino de las Escaletas dio acceso a las gentes de este territorio difícil hasta los fértiles huertos que había junto al río Vero, en la sierra de Guara. Le dan nombre unas pequeñas escaleras artesanas desaparecidas y los peldaños tallados en la roca. Como funambulistas sobre los muros verticales, cazadores, buscadores de trufas y apicultores también lo usaron para destrepar por las difíciles paredes e incluso algunos devotos de San Martín, cuando había crecida del Vero, cambiaban su camino habitual y accedían por estos agrestes acantilados hasta la ermita situada río abajo. Después de ver unas pinturas rupestres en el cañón del río Vero, subiremos por este sendero increíble, un inverosímil trazado histórico que, entre abismos, barrancos y abrigos rupestres, permitió conectar la meseta superior de Lecina con el fondo del cañón del Vero. Recientemente, se ha acondicionado el trazado y su carácter salvaje ha sido sustituido por pasarelas, sirgas y modernas escaleras, que lo hacen más accesible, no sin polémica. En el parque cultural del Río Vero, punto de encuentro de culturas desde la prehistoria, hay en total más de sesenta abrigos y cuevas pintadas como las de Barfaluy y Gallinero, en el entorno de Lecina o del camino de las Escaleretas.

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