Pezones, no; armas, sí

2022-05-29 08:16:05 By : Ms. youki liu

Habrá otra matanza. Así será. Y será pronto por el efecto contagio. Solo falta saber dónde. En qué colegio. En qué instituto norteamericano. En qué universidad. Lo dijo hasta el presidente Biden: «Sucede mucho más en nuestro país que en cualquier otro lugar del mundo». Jamás cambiarán la segunda enmienda. Es absurdo que en pleno siglo XXI un chaval cumpla 18 años y pueda entrar en una tienda, en un supermercado, donde se venden a la vez comida y armas, y comprar fusiles de asalto. En un país que es puritano en lo sexual, hasta más allá de lo pacato. En un país que se escandaliza por un pezón que se le sale a una cantante en una actuación, un crío puede armarse por su cumpleaños como si se fuera a la guerra a Ucrania. 

Solo le preguntarán si tiene antecedentes y si padece enfermedades mentales. Un trámite mínimo para un daño máximo. Es patético que un país que vende el alcohol en gotas, que esconde las botellas en bolsas de papel, permita que la frontera para empuñar un arma esté solo en dos dígitos de edad, 1 y 8. Eso y quinientos dólares es lo que se necesita para salir de la tienda convertido en una máquina de matar.

El último se llamaba Salvador. Un asesino con el peor nombre. Empezó disparando a su abuela, figura cercana a la que amaba y despreciaba. El cóctel del amor y del odio. Si odias, no amas. Y luego, cómo no, dejó su marca, su firma, en las redes sociales.

Las redes sociales son gasolina para el inmenso fuego de las armas en Estados Unidos. Gasolina de ego para una hoguera gigantesca que se monta con esa permisividad en el acceso a las pistolas y con los fabulosos intereses económicos que hay detrás de la industria armamentística. Todo eso da lugar a un aquelarre de disparos que termina con 19 niños muertos, que tenían apenas entre siete y once años. Escribirlo induce al vómito. Los asesinó a ellos y a sus dos profesoras.

Volverá a pasar. No es la épica de la conquista del Oeste. Consideran que portar armas es un derecho.

Nunca van a salir de ese bucle explosivo. De nada sirve que las madres y los padres del colegio nos rompan el corazón al verlos rezar en corro por los hijos que han perdido para siempre, masacrados por un chaval retraído que estaba esperando los dieciocho años para vengarse del mundo. Fue a la escuela donde había estado, pero podía haber entrado en un centro comercial. O apostarse en una terraza frente a un estadio lleno y ponerse a disparar.

El fusil está a quinientos euros entre los macarrones y la salsa de tomate. Los europeos que viajan a Estados Unidos y que han visto las armas a la venta en los supermercados no dan crédito. Es el poder de la industria. Son los lobis del rifle.

La segunda enmienda no se tocará. Nunca se dará la suma para cambiarla. Vendrá el silencio de los entierros. El silencio que quema de las lágrimas. Terminará el ruido de las protestas. Y todo volverá a su cauce. Los más reaccionarios seguirán poniéndose enfermos por un pezón al aire, por una botella de alcohol a la vista, mientras limpian su fusil de asalto, en el jardín de su casa junto a la canasta de baloncesto, para enseñar a disparar a sus hijos. Criaturas.

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