Historias positivas de colegios de Bogotá: colegio Nydia Quintero - Bogotá - ELTIEMPO.COM

2022-10-09 18:34:48 By : Ms. Fannie Fang

Nuestra Política de Tratamiento de Datos Personales ha cambiado. Conócela haciendo clic aquí.

Hemos cambiado nuestra Política de privacidad y la Política de datos de navegación. Al 'Aceptar' consideramos que apruebas los cambios.

Acá encontrarás tus noticias de

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

Queremos que encuentres las noticias que más te interesan

Sigue tus temas favoritos en un lugar exclusivo para ti.

Recuerda que para ver tus temas en todos tus dispositivos, debes actualizar la App de El Tiempo.

No hemos podido cargar tus noticias

Intentalo de nuevo más tarde.

Un lugar exclusivo, donde podrás seguir tus temas favoritos . ¡elígelos!

Aquí también puedes encontrar "Mis Noticias" y seguir los temas que elegiste en la APP.

La manera más rapida para ponerte al día.

Una sección exclusiva donde podras seguir tus temas.

Cuando quieras, cambia los temas que elegiste.

Lo haré después

¡Tus temas favoritos han sido guardados!

La manera más rapida para ponerte al día.

Una sección exclusiva donde podrás seguir tus temas.

Cuando quieras, cambia los temas que elegiste.

Gimnasio de las emociones en el colegio Nydia Quintero

Encuentra la validación de El Cazamentiras al final de la noticia.

Regístrate o inicia sesión para seguir tus temas favoritos.

Bogotá se tragó a Engativá en 1954. Con frecuencia se habla así de la capital: como si fuera una criatura que avanza a zancadas por el altiplano según le hinca el colmillo a todo pueblecito que ve en el paisaje. Con el general Rojas Pinilla en la Casa de Nariño, ese año se selló el ‘engullimiento’ de seis municipios, entre ellos este, que, digamos, era muy él, muy singular, pero que de ahí en adelante le aportó toda esa identidad a lo que hoy llamamos “bogotanidad”.  (Le puede interesar: Los milagros que salvaron a Natalia de una muerte súbita en prueba de ciclismo)

Si es que fue allí donde vivió el cacique Inga, enterrado, según se rumora, debajo de un renombrado eucalipto que aún provee de sombra al parque fundacional de la localidad. Fue allí también donde los muiscas utilizaron a su favor el pulso del río Funza y sus inundaciones, y justo en esas planicies murieron nuestros antepasados nativos en la guerra contra el metal de los europeos, nuestros otros antepasados.

(Para seguir leyendo: Revista Meraki: periodismo grande en pequeñas manos)

Así continúa la miríada de hitos y de mitos. Algunos no son trágicos ni heroicos, sino curiosos nomás: como el de un sacerdote de apellido Chinchilla que, a mediados del siglo XIX, habría sido amarrado a un árbol del caserío y luego bañado con chicha pura, objeto de su aversión, totumada tras totumada. El cura maldijo al pueblo en venganza: nada bueno ocurriría en esas tierras hasta tanto un papa pusiera un pie allí. Pues bendito sea el cielo, que permitió que el aeropuerto de la ciudad se construyera por esos lares, para que Pablo VI no solo pusiera sus pies en Engativá al bajarse de un avión en 1968, sino que hizo más: hasta un beso le dio al suelo. Ya sea porque Chinchilla erró en el orden de las palabras de su maleficio, o por obra y gracia de las suelas romanas del pontífice, esa Engativá que se tragó la urbe prosperó: hoy es hogar para 887.000 personas, más que las que viven en Bucaramanga o Cúcuta. Y cada una de ellas es como una célula vital para la mencionada criatura bogotana, que además de su pelambre de asfalto, cal y hierro, tiene emociones como cualquier otro ser vivo. Porque a Bogotá, tan grande, voraz y ‘pueblívora’, la pandemia casi la mata de tristeza. Desde ese marzo de 2020, el virus le mantuvo una bota sobre el cuello durante un año y medio, según le asfixiaba, una a una, casi 30.000 de sus almas. Y eso hizo que, en 2021, se atendieran más de 25.000 emergencias de salud mental en la capital, en ese entonces un mar de estrés. ¿Qué salvó a nuestra criatura capital de colapsar? La ciencia y nuestra capacidad de organizarnos, sin duda alguna. Pero hubo otra heroína con capa que se apareció en muchos hogares: la gestión consciente de las emociones. Así lo puso en práctica el colegio engativeño Nydia Quintero de Turbay. Y allí, las emociones identificadas, aceptadas y valoradas no fueron parte de la enfermedad sino al revés: quizá salvaron del temido colapso a la localidad número 10 de la capital.

En el segundo piso del Nydia Quintero hay un gimnasio que no tiene máquinas para ejercitar los bíceps, pesas para los tríceps ni nada que se le parezca. Tampoco hay espejos de cuerpo entero que le devuelvan a uno elogios o improperios. Este es distinto: es el Gimnasio de las Emociones, al que cualquiera de los 1.475 estudiantes de la institución y sus docentes puede acudir a descargar su rabia, tristeza o ansiedad, por ejemplo, haciendo uso de guantes y bolsas de boxeo. También a expresar sus agobios, a gritos si fuera necesario, en una caja preparada para ello. Pero, sobre todo, a relajarse, ya sea leyendo, dibujando o sencillamente siendo, en conexión plena con el presente. Para ello está la carpa de la esquina, repleta de cojines.

Gimnasio de las emociones en el colegio Nydia Quintero

“Al comité de convivencia ya casi no nos llegan casos de peleas de chicos aquí adentro o en la calle, antes tan comunes. Uno veía una multitud afuera y ya sabía que había un bonche”, comenta la profesora de Matemáticas Ana Gabriela Bravo, de pie en esa habitación. La mujer toma una de las muchas maletitas moradas que hay en una mesa. “Este es el Botiquín de las Emociones y vamos a entregar uno en cada aula, ahora que regresamos a la presencialidad”, indica y abre la cremallera para sacar los elementos del interior: placebos de agua aromatizada con aceites de eucalipto o naranja. “Esta botellita es el FreshCalm. Esta jeringa sin aguja es el Sacapullas. Mire: el CK Tears. Y por este lado está el RespiCalm, que es un atomizador para el espacio, cuando los muchachos están todos alborotados. Estas curitas se llaman Sanalmita y mire: la libretita Sinraye”. Cuando, al empezar la pandemia, la Secretaría de Educación dio a conocer a los colegios distritales una nueva política pública que apostaba por la causa emocional —y en particular su Programa Integral de Educación Socioemocional, Ciudadana y Escuelas como Territorios de Paz— y el Nydia Quintero ya tenía adelantada una porción del trabajo gracias al Gimnasio de las Emociones, en cuya gestión fue clave un grupo de profesores y, sobre todo, la psicóloga orientadora Luz Marina Acosta. La misma que 12 años atrás se había vinculado a la institución después de haberle dedicado otros 15 al bienestar de un colegio en Ciudad Bolívar. Acosta es uno de esos alfiles de la educación que, gracias a su mística por lo público y su paz de carácter, es casi que una guía espiritual, una persona-refugio. Es el rostro que se debería mostrar en todo el país.

“Gracias a todo esto, los niños ya saben que su estado emocional es normal, que siempre los acompañará y que lo pueden manejar”, comenta Acosta en una videollamada que atiende desde su casa, donde se recupera de un cáncer que, dice, está lejos de ser el más grande desafío de su vida. “Los padres han entendido, por fin, que la letra con sangre no necesariamente entra”, añade y resalta un beneficio presente tanto en la Ley 1620 de 2013 —esa que dio lineamientos puntuales para que los colegios públicos fueran entornos emocionalmente seguros— como en la mencionada política distrital, expedida durante la pandemia: “La idea es ir más allá de lo punitivo para que, si hay un problema, no se maneje únicamente desde la sanción, que es lo que tradicionalmente se ha hecho”. Esas palabras no son poca cosa en Colombia, donde nuestra obsesión por el castigo, la pulsión irresistible por aplicar el “ojo por ojo”, es combustible para la guerra. Incluso hoy creemos que cobrar las agresiones y los daños sufridos haciendo daño es “lo justo”, como si balancear nuestro dolor en el del otro tuviera algún beneficio. Dichas lecciones son el ADN de la Justicia Escolar Restaurativa, fundamental en la política escolar de la alcaldía de Claudia López. “Eso contribuyó a que padres, rectoría, docentes y alumnos entendieran que este trabajo es necesario”, opina Acosta. La mujer aún recuerda cuando, antes de graduarse como psicóloga y mucho antes de tener sus hijos “rolos”, se bajó de una flota en Bogotá con 19 años cumplidos y un título de maestra normalista. Venía de Caicedonia (Valle), un pueblito cafetero donde nadie se perdía, pues a quien pidiera una indicación se le asignaba algún niño para que acompañara a la persona hasta su destino. Quizá fue por ese contraste con la ciudad agreste que la mujer es tan consciente de que los colectivos, no solo las personas, pueden gozar y también sufrir. Hoy habla con orgullo de su legado: “Al discutir algún hábito de crianza nocivo, algunos padres me decían: ‘Yo sé que esto no se debe hacer, pero ¿cómo hago, si mi historia personal fue otra?’. Y solo ese reconocimiento es un avance enorme”.

“Sabíamos que el encierro no iba a ser fácil y en efecto así fue”, recuerda Luz Marina. “Hubo muchos padres sin empleo en pandemia, para quienes la prioridad era conseguir un sustento”. De acuerdo con el colegio, en el 59 % de las familias del Nydia Quintero solo está presente uno de los padres. No sería raro que los desafíos económicos hubieran sido más apremiantes entre esa mayoría de familias que quizá son —esas sí— las tradicionales colombianas. “También hubo muchísimos problemas de conectividad: algunas familias tenían un solo celular con internet o un computador compartido para el trabajo y el estudio de todos. A eso se sumó la sobrecarga laboral y todo eso afectó la convivencia familiar”. Así lo confirma la psiquiatra Sandra Piñeros Ortiz, consultada justo cuando escribía un artículo sobre el impacto de la pandemia en sus pacientes, la mayoría de ellos, niños. Entre los grandes desencadenantes de sufrimiento que Piñeros destaca en la población escolar, dos elementos parecen transversales: el miedo y la consecuente ansiedad, semillas con capacidad de generar complicaciones. O, si se quiere, emociones intermediarias entre dos etapas: la primera sería el hecho retador, es decir, una pérdida cercana por coronavirus o la amenaza de pérdida, por ejemplo. Pero también las rupturas familiares —ya fuera por dificultades de convivencia o por necesidad económica—, los numerosos desórdenes en la rutina y en los hábitos, la insalubre interacción con la tecnología, la pérdida de contacto con el mundo fuera de casa y la incertidumbre con respecto al futuro. La segunda, las consecuencias posteriores: “La depresión es un ejemplo de muchos y en pandemia se presentaron numerosos casos entre niños pequeños y adolescentes”, dice Piñeros, quien corroboró cómo, allí donde ya había maltrato, este fue propenso a empeorar. Con eso en mente, Luz Marina y su equipo convirtieron su compromiso en creatividad y desarrollaron dos frentes de trabajo para llevar alivio a los hogares: el físico y el digital. El primero lo describe María Paula Cañón, alumna de quinto grado: “La directora de grupo le dijo a mi mamá que podíamos hacer un Rincón de las Emociones en la casa. Yo lo armé aquí en la sala. Puse peluches, libros, algunos juguetes y mandalas para colorear”, recuerda. “Una vez estuve triste porque me saqué mala nota en el boletín. Entonces fui y allá me calmé un poquito”. La madre de María Paula es contadora pública y sudó la gota gorda en casa, pues su esposo, entonces empleado de una compañía de telefonía celular, debía trabajar por fuera todos los días, por lo que ella atendía dos virtualidades: la de su trabajo y la de sus dos hijos. “Mi mamita venía al rincón porque también se estresaba mucho”, añade la niña. Según el colegio, a las 200 familias que habrían recurrido a esta estrategia en primaria se sumó un número igual en bachillerato. ¿Y en el frente digital? “Hicimos siete talleres en YouTube en los que explicamos el cómo y el porqué de las emociones comunes e hicimos ejercicios de relajación”, recuerda Luz Marina. “Además, abrimos un blog con contenido de bienestar e hicimos una cartilla de apoyo para docentes, para quienes la pandemia fue extremadamente desafiante también y quienes han recibido menos atención al respecto. Finalmente, emitimos un Facebook Live, este último con 1.000 vistas. Este relato suscita una reflexión final: que sí se puede construir sobre lo construido. La Ley 1620 de 2013, expedida en el Gobierno de Juan Manuel Santos, fue terreno fértil para la política educativa de la alcaldesa López y también para las iniciativas de Luz Marina y sus socios en el Nydia Quintero, un colegio que, de hecho, renovó sus instalaciones durante la administración del alcalde Enrique Peñalosa. Gracias a esa y otras sumas, el deseo de Luz Marina se siente más cercano, menos utópico: “Sueño con una comunidad convencida de que lo que más importa no es que un niño haya perdido un año o una materia, sino que salga al mundo sabiendo relacionarse sanamente con otras personas”, dice la mujer, quien ya ha compartido su experiencia con otros colegios donde se quieren dar pasos similares. Puede que, gracias a ello, ese espíritu sanador, así como el buen engranaje con el distrito y con la ley nacional, se extienda por fuera de Engativá y permee las otras 19 localidades de nuestra criatura bogotana. Visto lo visto, quizá ella necesite echar mano de ese escudo frente a los retos que han de venir.

DIEGO MONTOYA CHICALibro La Mejor Lección Esta historia hace parte del libro La Mejor Lección de la Secretaría de Educación de Bogotá (SED). Allí se recopilan varias historias de docentes que se reinventaron para educar en épocas de pandemia en la capital.

Regístrate o inicia sesión para seguir tus temas favoritos.

*Este no es un correo electrónico válido.

*Debe aceptar los Términos, Condiciones y Políticas.

Ya puedes ver los últimos contenidos de EL TIEMPO en tu bandeja de entrada

Llegaste al límite de contenidos del mes

Disfruta al máximo el contenido de EL TIEMPO DIGITAL de forma ilimitada. ¡Suscríbete ya!

Si ya eres suscriptor del impreso

* COP $900 / mes durante los dos primeros meses

Sabemos que te gusta estar siempre informado.

Crea una cuenta y podrás disfrutar de:

Crea una cuenta y podrás disfrutar nuestro contenido desde cualquier dispositivo.

COPYRIGHT © 2022 EL TIEMPO Casa Editorial NIT. 860.001.022-7 . Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular. ELTIEMPO.com todas las noticias principales de Colombia y el Mundo